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Columnas

Midori Koi

Murasaki Shikibu

 

    En nuestra edición pasada les prometí hablar de cierto tema que, una vez sentada ante la computadora, no supe cómo abordar. Tras mucho pensar, recordé que meses atrás, mientras investigaba sobre las cortesanas japonesas, llegué a toparme con una parte de la historia de Japón, que no conocía del todo.

     En varios de los libros que tuve la oportunidad de revisar, observé que el periodo Heian, estuvo plagado de mujeres poetas, de hecho fueron ellas quienes tuvieron un papel más relevante y casi ningún hombre sobresalió en la poesía de aquél periodo que abarcó  del 794 al 1185. 

    Las poetisas abundaban y eran reconocidas en la corte, no solo por su talento, sino por su conocimiento. Lo que sí cabe resaltar es que la condición de estas mujeres no era común, pues prácticamente todas tenían un estatus alto. La forma en que esto ha cambiado por supuesto es sorprendente también, pero incluso hoy la mujer que escribe novelas, que hace poesía, que hace manga, sigue ocupando un espacio importante en el país del sol naciente.

     Esto nos lleva a lo importante que ha sido el papel de Murasaki Shikibu, quien fue la primera gran escritora de Japón. Shikibu escribió el Genji Monogatari (la novela de Genji o la historia de Genji) en el siglo XI y, a pesar de que a veces se discute su autoría, las notas de sus diarios han dado clara seña de que ella fue la escritora de esta obra.

      La novela de Genji es considerada la primera novela psicológica del mundo y varias historias posteriores se han basado en esta obra para relatar hechos de hombres que han caído en las redes del placer carnal, por ejemplo, Ihara Saikaku con su obra Hombre lascivo y sin linaje.

      A través de 54 capítulos, la narración nos lleva a la vida de la corte, donde el príncipe Genji da rienda suelta a la lujuria, al engaño, al placer y muchas otras pasiones más. Lo que quiero resaltar es, que la literatura japonesa no es como (seguro) la han imaginado.

   Recuerdo que la primera vez que me acerqué a la novela de Genji, pensé que muchas cosas narradas en ella no han cambiado tanto. La madre del príncipe era la favorita del emperador, por eso fue envidiada por las demás mujeres de la corte; la dama, ante la idea de vivir siendo calumniada, decidió dejarse morir tras dar a luz al príncipe y, el emperador se quedó sin la mujer a la que probablemente más había amado. Me suena a una telenovela actual en varios sentidos.

     Shikibu pudo haber vivido o escuchado tales historias pues era una mujer de la corte, al igual que la madre de Genji y, al parecer, sus diarios están plagados de chismes y habladurías de sus tiempos en las casas secundarias del palacio imperial.

    La influencia de Shikibu como definidora de un estilo: el estilo oriental, fue y sigue siendo muy grande. Muchos de los libros que he leído tienen alusiones a su trabajo y considero que muchos de los pasajes más bellos de la literatura japonesa están en la novela de Genji. Aquella cita que dice “¿Por cuánto tiempo deberemos extrañar a aquellos que ya se han ido? El dolor de hoy es nuestro propio mañana” (1096) , aún me sigue sorprendiendo un poco cada vez. La autora describió su tiempo, su condición femenina, su pensamiento, mismos que han traspasado diez siglos y no se han desvanecido.

    Si han leído Farenheit 451, los invito a guardar la obra en su memoria, solo en caso de que los libros sean prohibidos mañana. Guarden a Shikibu como una gran mujer de la literatura y regresen la semana siguiente para hablar de un cuento chino o una novela china.

Referencia: Shikibu, Mursaki. La novela de Genji. España: Austral, 2010.

Midori koi 

El efecto kimono

 

     Dos semanas atrás, mientras visitaba la biblioteca, encontré un libro de Carlos Rubio, quien ha traducido muchas de mis obras japonesas favoritas al español. El libro se titula El Japón de Murakami y coincidió con muchas de las ideas que yo misma tenía desde mis años en la preparatoria.

     Siempre que hablo con alguien acerca de Japón, me doy cuenta del terrible prejuicio que existe hacia la cultura de dicho país y pocas veces me siento lo suficientemente posibilitada a sacar del error a mi interlocutor. Esta gran cantidad de prejuicios es lo que Antonio Weinrichter habría llamado hace ya muchos años El efecto kimono.

       Rubio decía en su libro (ya mencionado) que el hecho de ver a Murakami como un autor más occidental que la Coca-cola se debe principalmente a la idea errónea que se tiene de la cultura y la literatura del país del sol naciente.

        Mi primer acercamiento a la literatura japonesa se dio con Murakami, con su famosa trilogía 1Q84. Recuerdo haber pensado que la obra me parecía excelente y tras algunas relecturas que hice en estos años no he cambiado de opinión. Ahora, por supuesto, me doy cuenta de lo japonés que hay en él y valoro mucho más cada parte de su obra.

     Quiero decir que no leí a autores como Mishima, Kawabata, Saikaku, Ogai, Shikibu y muchos autores más, con un prejuicio tan triste que me impidiera hacer un acercamiento de calidad a su obra. Afortunadamente me libré del efecto kimono tras varias lecturas acertadas a críticos como Keene y el propio Rubio, quienes me ofrecieron un panorama más amplio sobre la literatura japonesa.  

      Este efecto en la literatura se liga básicamente a las temáticas (las geishas, los cerezos, los samurái, etc.) y a lo que muchos llaman una ‘pobreza de escritura’, que al menos para mí, no existe. Sin duda su literatura en comparación a la de occidente es sumamente diferente, sus recursos difieren en mucho de lo que estudiamos y conocemos, pero esto no limita en ninguna forma lo maravilloso de sus obras. Quien se acerque a un libro japonés debe saber que no se topará con estas temáticas y que si llega a encontrarlas, no será en la manera que esperaba.

     Mi última lectura fue Kawabata y ciertamente me encontré con capítulos cargados de templos, de cementerios tradicionales, de campos de té; pero nada era típico de la imagen que muchos podríamos tener en mente. No, la obra fue espectacular, llena de sensaciones, de sonidos, de sabores indescriptibles, fue todo lo que es la literatura nipona.

        Me quedé, como siempre, con la sensación de que algo faltaba, envuelta en ese círculo que parece nunca terminar que suelen construir los japoneses. Más de una vez me pregunté qué había del otro lado, qué era lo que seguía y así, yo misma construía otro final, el que a mí me placía.

    En su juventud, Natsume Sōseki viajó a Inglaterra y un día que nevaba invitó a su amigo a ver la nieve caer, el chico se burló de él porque no lo entendía, no entendía al jovencillo extranjero. Los japoneses poseen una cultura contemplativa, donde se valora lo efímero y lo mínimo; se agradece a las cosas por su utilidad y su existencia en el mundo.

    Las imágenes son muy importantes para los japoneses, por ello, no es de extrañar su tendencia a la descriptividad, todo parece tener una clara imagen en el texto. Esto último no los hace realistas, solo capaces de recrear imágenes de una forma que jamás he podido encontrar en ningún otro tipo de literatura.

      Aquí les cito un fragmento de Lo bello y lo triste, de Kawabata, para que se den una idea:

En las cajas encontró una variedad de comidas de Año Nuevo, entre las que figuraban unas bolitas de arroz de forma perfecta. Parecían expresar las emociones de una mujer. Sin duda la propia Otoko las había preparado para el hombre que, mucho tiempo atrás, había destruido su tierna juventud. Al masticar aquellos bocaditos de arroz, sintió el perdón de la mujer en su lengua y sus dientes. No, no era perdón, sino amor (33).  

 

El efecto kimono se ha visto además acrecentado con la importación del cine, el anime y el manga a occidente, que no son apreciados en su totalidad, sino como una parte más de la moda otaku (en japón la palabra se refiere a fanáticos en general, sin embargo, en occidente se ha asociado a la cultura del anime, el manga y los videojuegos) malamente tergiversada.

   A lo que iba, (sí, iba) es a la importancia de acercarse a la literatura japonesa desligándonos de este efecto, pensar que no solo hay cerezos, samuráis, geishas, yukatas, etc., porque en definitiva no es así.  Los recursos utilizados por los nipones están ligados en cierta medida a su visión del mundo y su literatura contemporánea ha innovado en muchos sentidos.

      En fin, podría seguir hablando más líneas sobre esto, pero no quiero cansarlos. Nos veremos en el próximo número con una plática sobre Murasaki Shikibu, autora de la primera novela psicológica del mundo.

Referencias: Kawabata, Yasunari. Lo bello y lo triste. Madrid: Abecé, 2011. Impreso.

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